En La Unión, como en cientos de pueblos del sur de Chile por donde solía pasar el tren, el tiempo se detuvo. Por donde solía haber una rutina de rieles y wagones, no queda ni la estación. Tampoco se ven muchos molinos ni lecherías (más allá de la cooperativa lecheros Colún) activas. Quedan campos salpicados de corderos y vacas, y mucha maderera reemplazando cultivos por pinos y eucaliptus. Queda la calma y la buena mesa, pero eso lo descubrimos quienes llegamos a casas de amigos, no en la ciudad.
Hay algo de tiempo muerto en el centro de La Unión. La hojalatería local no fabrica nada allí mismo. La panadería cuyo letrero ofrece variedades interesantes de panes como «flaquitas», no tiene más que hallullas y pan de molde.
Perdonen el lamento, pero a veces me gana el drama. Para salvarnos, cuando uno se pasea por Chile siempre queda la plaza de armas, la iglesia o las iglesias, los cementerios , quizás un mercado o feria callejera y, si hay suerte, alguna sorpresa dulce. En este punto, les voy a ser directa: La Unión no me decepcionó. Si me dejan, les quiero contar cómo la encontré, ya que en el merodeo también hay gusto.
Iba ya tirando la esponja (perdiendo la esperanza) rastreando las casas de madera centenaria que aun quedan salpicadas por allí. Iba tratando de imaginar la vida de colonos como Boetsch o Westermeier. Iba en buena conversa con 2 amigas unioninas por una calle menor que me alejaba de la Plaza de Armas, cuando, les juro que sin pensarlo ni premeditarlo, miré al otro lado de la calle y le dije a mis amigas-guías, «¿qué es eso?», «voy a atravesar a ver». Lo que yo veía era un simpático toldo y una palomita de pizarra en la vereda. Así es que crucé la calle con curiosidad.
Mis amigas, con antepasados alemanes como la mayoría de quienes viven en estas regiones del sur de Chile, se quedaron tan asombradas como yo y me siguieron. ¡Nunca habían pasado por allí! Lo cual corroboró otra de mis teorías periodísticas-turísticas: sólo se llega a lo que no conocemos ni imaginamos conocer en una ciudad nueva, CAMINANDO. Soy majadera, pero esta aventura en La Unión me lo volvió a reafirmar. Si pasas en auto, no tienes ni la atención ni el hábito de mirar veredas. Lo otro que corroboré es que no hay pueblo, por pequeño que sea, que no tenga algo, algo que lo haga especial.
Así entramos a Omi Gretchen, la mejor razón para ir y regresar muchas veces a La Unión. Allí está Juana Oñate y su mamá, quien hace más de 40 años que lleva amasando y vendiendo tortas desde su casa. Hoy están felices en el nuevo desafío: un local primoroso, donde dan ganas de estar de cumpleaños, de celebrar bautizos, de que llegue la hora del té, de que tu sobrino te pida que entres a comprar pues las manos de estas dos mujeres sureñas son depositarias del legado de la colonización alemana que llegó al sur de Chile a fines del siglo 19. Son sus recetas, las del libro familiar, las que todos queremos volver a recordar.
Pero allí también está Michael, el alemán más alegre y parlanchín que podrán conocer en sus vidas. Para más señas, también es profesor del Colegio Alemán de la ciudad, programador internacional y esposo de Juana. Y todos ellos, tras su historia familiar, no sólo hacen de este local un remanso de calidez, de buena onda y de charla entretenida, sino una pastelería donde encontrarán los mejores berlines rellenos con mermelada de membrillo y azúcar gruesa por fuera, que podrían soñar.
La prueba máxima es que, a quien ven en la foto principal, es una amiga austríaca de Michael recién aterrizada en Chile y que no paró de comérselo hasta terminarlo en cuestión de…3 minutos. Si exagero, es porque la emoción que teníamos todos comiendo berlines y picoteando un surtido de galletas, no puedo transmitirla en palabras.
Para que entiendan lo bueno y sincero de Omi Gretchen, les cuento que las galletas son hechas en horno a leña. Que algunas de ellas – las redonditas -son hechas con harina de papa. Se te deshacen en la boca. Que los merengues (hay de baiser para rellenar) son de clara de huevo de verdad…que da ese tono beige que no tiene nada, pero nada que ver con esos merengues blanquísimos, albos como la nieve, que por muy histriónicos que parezcan, son más falsos que la cabellera de Donald Trump. Lo que encontré en esta pastelería es buena mano y honestidad. Donde hay que poner crema. hay crema. Donde hay que poner huevo, hay huevo. Donde hay que batir a mano, se bate a mano. No premezclas ni nada prefabricado. Una bendición.
Además de rendir tributo a la tradición, estos chicos son bien ingeniosos. Ofrecen novedades como «Arme su torta» donde cada quien puede elegir tamaño, masa, relleno y decoración como la quiera; o aprovechar las tentaciones del tipo Kuchen de la semana (uno de sus clásicos es el pie de piña, bien jugoso) o la Torta de la Semana donde nos encontramos con una rareza alemana que ya nadie, excepto en alguna casa, fabrica más: hablo de la Torta de Vino Tinto.
Cuando regrese a La Unión – porque regresaré – Omi Gretchen / Ir a su Web – estará ubicada frente a la plaza, al lado de la Iglesia Luterana y del Banco BCI. Su dirección será Manuel Montt 312.
Esto es porque, según me contaron, allí tendrán más espacio, quedarán más visibles para todos y podrán servir cafecito. O sea, el oasis perfecto para hacer esa pausa dulce que a todos nos gusta de vez en cuando. O también para hacer encargos y llegar a la casa o la oficina de manera triunfal.
¿Qué más ver en La Unión?
Hay otros 3 motivos para pasearse por La Unión.
1.- Plaza de Armas: es limpia, espaciosa, tiene una gárgola antigua que sirve de cobijo a pololos adolescentes de manera que, apartando la plaza de Curicó – para mí es de las más hermosas de Chile – ésta entra en mi ranking de preferidas.
2.- Iglesia Católica – Parroquia: en La Unión hay 2 iglesias. La católica y la luterana, ambas en diferentes ángulos de la plaza. Pero la mayor sorpresa me la dio la católica. Cuando escribo estas líneas está en plena remodelación, medio tapada por andamios, pero de todas maneras, moviendo influencias, tuve la suerte de entrar a conocerla. Se espera que a mediados de marzo esté oficialmente abierta. Sus maderas nativas -de ciprés y alerce, entre otras – son testigos mudos del antepasado de estos bosques y del cuidado de sus constructores por disponer cada madero junto al otro, logrando un mosaico único de líneas marrones claras y oscuras. El año 2014 cumplió 100 años y, como nos cuenta su administrador, era hora de recuperarla. El resto del año seguirán trabajando en la recuperación del piso, que también es de madera. Frente a la iglesia descubrirán la casona de los Bomberos, que también vale la pena mirar con atención.
3.- Monumento Natural Alerce Costero: esta es sin duda la mayor atracción a la que se accede sólo desde La Unión y ciertamente vale la pena que hagan el paseo pues es un trozo de selva valdiviana con especies únicas y con la posibilidad de ver estos árboles tan nuestros y sobre explotados como son los alerces. Hay uno en particular que tiene más de 4 metros de diámetro, que es el veterano del lugar, donde ya todos los alerces son veteranos. Es un paseo con trekking perfecto para hacerlo solo o en familia, en verano y hasta en invierno. Se llega desde La Unión por la ruta 206 hacia la costa, sin peajes.
Nos reencontramos muy pronto para saber «Where is MEG».
¡Feliz viaje a todos!