Es domingo.
Es otoño en Viña Del Mar.
Me despierto, como ya va siendo mi hábito, pasadas las 06:00 AM, cuando aún es de noche. Y juego a adivinar si este día será nublado y frío o soleado y luminoso.
Los pájaros aún no cantan ni vuelan. Se oyen muy nítidos los primeros autos que pasan por una avenida principal que queda a pocas cuadras de mi departamento. Es un sonido de presencia humana que no me hace mal, más bien me agrada. Es como una pisada, no un bocinazo.
Hace más de 18 años que trabajaba de forma independiente, llámenle freelance, y lo que quiero dejar claro hoy es que hace muchos años – y no porque la pandemia me lo exija – yo trabajo online (bueno, trabajaba pues estoy cesante) y lo he hecho con mis propios horarios. Además de mis contenidos corporativos, por años escribí de viajes en diarios y revistas, y menos obedecía a los días supuestamente laborables pues en ese rubro el fin de semana es justamente el momento de trabajar. Es decir que hace años que los días de la semana no se ajustan necesariamente a lo que el mercado laboral establece como día hábil o día feriado.
Pero vuelvo a que es domingo, a que estamos en semi confinamiento en Viña del Mar y a que, después de todo, aquí estoy intentando romper mis propias no estructuras. Entonces, contrario a lo que vengo haciendo consistentemente desde hace casi 2 meses de regreso en Chile, hoy domingo no empecé con ninguna meditación, no practiqué (hasta ahora) savhana ni extendí mi mat de yoga en el living. Pero he leído y he escuchado un podcast español de viajes que me ha encantado y se llama @lamaletadecarla http://lamaletadecarla.com donde estaban invitados los Von Trapp…nooooo, jajajja en serio, era la familia de @molaviajar molaviajar.com
Ya me he tomado 2 cafés con leche. Pero eso no es lo importante. O sí? Lo importante es que ya salí al balcón a respirar y mirar el día. Un vistazo a la izquierda y está el mar. No tan cerca como quisiera pero ahí está y, no exagero, su lejanía se acorta pues hay mañanas en que no sé si gracias a la marea o las marejadas, me llega un vaho de olores marinos bien potente. Es una mezcla – al menos para mí nostálgica y mágica – de cochayuyo, roca, ola, espuma y viento de Océano Pacífico. (Si me leen, ahora los invito a respirar y seguirme al lado derecho). A la derecha del balcón sale el sol, que está solo sugerido en medio de la nubosidad costera. A veces ese paisaje es misterioso porque deja los edificios, la antena de un estadio y la laguna que está cerca, lo deja todo en medio de una neblina. Hoy no fue tan misteriosa, se la ganó el sol.
Cuando volví a entrar en el departamento ya estaba medio congelada (soy friolenta y porfiada, sé que me va a dar frío si salgo solo un minuto sin abrigarme, pero igual lo hago). De ahí vino el segundo café con leche. Lo siguiente, y aún con celular en mano escuchando las peripecias de “Los Mola Viajar”, fue pasearme por el (ni tan grande) departamento y, como gesto habitual, detenerme en la esquina “biblioteca” que tengo en mi habitación. Un simple repisero de madera adosado a una esquina que me construyó mi papá con sus hábiles manos, y con esos palitos y restos de maderas que siempre tiene o consigue. Reciclaje puro y duro.
Me paré en esa esquina donde, por cosas de Covid19 y mudanzas personales aparte, no tengo tooooodos los libros que quisiera a la mano, pero tengo exactamente 8 que he subido de mi bodega. Y entre esos, picoteo o, como si jugara naipes, hago movimientos bastante inútiles como solo mirar sus solapas, abrirlos con el pensamiento, recordar el viaje del que llegaron a mis manos o la persona que me lo regaló. Ahora que lo pienso bien, es como cuando uno abre el closet, mira la ropa y decide qué se va a poner ese día o para tal ocasión. Todos los días de esta cuarentena me he acercado a esta esquina. No sé qué busco ahí. Pero siempre hago algo. A veces solo los limpio. Otras veces abro uno, lo hojeo y lo dejo. Otras tantas veces, solo los miro desde afuera y los abro con la mente, como revisando si ese día estoy con ganas de él, o es solo decir “Hola”. Honestamente siempre estoy leyendo algo. Estos gestos quizás esconden mi alma lectora compulsiva e infiel.
Por ahora, quisiera recomendar lo que estoy leyendo y lo he conseguido después de varios intentos en los que el libro no me agarraba. Es la novela Hombre Lento de J.M.Coetzee (cito algo cerca de la página 170: “Es algo de lo que uno deba disculparse, el hecho de no ser artista? Por qué tiene que disculparse? Por qué iba a esperar el joven Drago que él fuera un artista? El joven Drago, cuya meta en la vida es ser un técnico de la guerra?) books.google.cl
Abandono el libro y me impulso a escribir. Nada es fácil en estos tiempos: no tengo internet así es que para escribir en el blog desde el iPad tengo que compartirme internet, tener cargados todos los dispositivos, volver a intentar conexión, pelear con WordPress, etcétera. Digamos que no es fácil ni está todo a un click. Pero sé que debo escribir, dejar memoria de estos días. Es un instinto de maternidad… literaria? Cuidar. Dejar algo, vaciar y llenar.
Uno cree que tiene buena memoria pero no es así. Todo es una versión de otra versión. Y si no registro este domingo, corro el riesgo no de perder la memoria de este domingo, si no de los días que estaban alrededor. No es el día, es el hito, el clip o el marcador que fijas. De ahí para adelante, de ahí para atrás. Por eso dejo este breviario disperso que es puro revisionismo freelance. Y qué fue del breviario que iba a escribir, cuando me puse a escribir y cuando elegí la foto? Ese se quedó en otra parte. Ya volveré a su rescate.