¿Ya se subieron a la bicicleta? ¿Aún no?
Pues yo ya fui y volví de Viña a Valparaíso y esta es la historia de esta travesía en 2 ruedas con vista al mar Pacífico.
Punto de partida cero
Estoy parada en Av. Marina, pasando el Hotel Sheraton Miramar, eludiendo a playistas y vendedores ambulantes, mientras intento descifrar el inicio de la ruta. Conozco bien la Av. España, gran arteria vial que conecta las ciudades de Viña del Mar y Valparaíso, en la costa central chilena, pero nunca he tomado esta vía costera en bicicleta.
Ir de una ciudad a otra es cotidiano para muchos y, excepto sus estéticas y estilos de vida tan distintos como el día y la noche, nada distinguiría la frontera entre ambas ciudades.
Entonces, aquí estoy dispuesta a llegar a Valparaíso pero no en auto, ni en el tren ni menos en micro. Quiero ir en bici. Sin embargo, no hay punto de partida, ni señalización ni menos una línea en el pavimento de Av. España que anuncie lo que, se supone, está diseñado para que los ciclistas se sientan en la buena senda. Así es que, primera advertencia, sólo hay que seguir el borde y pedalear.
Se disfruta
Hay que seguir la vereda, que a veces se corta, que muchas veces tiene el pavimento elevado o destruido por la fuerza del mar o la mala ejecución de obras viales, pero las vistas del océano, del club de yates, o de las casonas que se ven del barrio Recreo, aún en el lado Viña del Mar, valen la pena.
Eso sí, el ruido ambiente puede llegar a ser ensordecedor: micros van y vienen, tocan bocinas como si les pagaran por ello, y hay ruido, bastante ruido. Tanto, que casi no se oye el mar, ni las olas ni las gaviotas. O sea que de idílica, esta ruta no tiene nada. Pero se disfruta pues yendo en dirección a Valparaíso no tocan grandes subidas y el trayecto se podría hacer incluso en una bicicleta de paseo, sin cambios. No voy sola…todo el trayecto me cruzo con otros ciclistas, corredores o paseantes.
Pidiendo permiso a Caleta Portales
Pasando el club de yates de Recreo la ruta sube un poco, se deteriora el pavimento y un gran letrero nos anuncia que somos «Bienvenidos a Valparaíso». A lo lejos, se ve el terminal de pescadores artesanales de Caleta Portales, a los pies de uno de los cerros porteños llamado precisamente Portales. Hay que pedirle permiso al cruce del tren y a los puestos ambulantes veraniegos de curros o baldes de plástico que se colocan en medio del camino, para seguir lo que, aquí sí, aparece señalizado como ciclovía. Hay asientos, techos y señalización. También hay grafitis por todos lados y áreas con tan mal olor que uno quisiera bloquearse el olfato por unos minutos.
Lo mejor es detenerse a placer e irse con calma. Aprovechar de ver los trenes abandonados a un costado del camino; las olas del mar por el frente…o simplemente ver descansar a unos lobos marinos instalados en una roca antes de llegar a Muelle Barón. Cada momento ofrece anécdotas distintas: como el señor que, hablando en solitario, balancea un vino blanco en caja para verterlo en un vaso de plástico mientras dice algo entre dientes; el joven atleta que elonga sobre una vigas de madera destruidas por quién sabe qué marejada; la pareja de marinos-vigilantes que bajan a la playa; o las patinadoras quinceañeras que se toman selfies sin cesar.
A Valparaíso con próceres: por Errázuriz, Aníbal Pinto y Sotomayor
Esta es la única parte del trayecto que está señalizada como ciclovía pues ya llegando a Muelle Barón nuevamente se encontrará en la disyuntiva de qué camino tomar. Pueden llegar al muelle, pero solo a mirar pues si quieren continuar, como yo, hasta la Plaza Aníbal Pinto o calle Errázuriz, deberán cruzar a pie la línea del tren (paso peatonal, por eso me he bajado de la bicicleta) y retomar el pedaleo una vez hecha esta operación.
De ahí en adelante, en dirección Estación Puerto, el pedaleo es exquisito y las veredas amplísimas. Hay que tener cierto cuidado con las ruedas pues el pavimento se sube o baja sin previo aviso, y no es que sea una ciclovía, si no que se comparte con peatones. Como sea, llego a Plaza Aníbal Pinto, me siento en la orilla de la fuente sin estar cansada ni menos transpirada. Sólo me entrego a la observación de varias parejas de turistas jóvenes o del grupo de gringos que se alistan a comenzar un «Tour for Tips» desde esta plaza.
Por mi parte, tomo un tiempo para decidir qué hacer y de ahí sigo camino a Plaza Sotomayor, donde me han dicho que hay un buen café australiano. En realidad es de unos amigos chilenos, los dos ingenieros, que tras un viaje por Australia decidieron incursionar en el negocio de los cafés de especialidad. Se llama Melbourne Café y es re bueno. Rico café colombiano tostado por ellos mismos, buen ambiente y buena parada para tomar ánimo y devolverme a Viña del Mar. En bici, claro. Eo sí, tomen en cuenta que todo lo que bajaron, ahora les toca subirlo.