Regreso a este libro…
“Recuerdos de hace un cuarto de hora” de Jorge Ibargüengoitia.
Era uno de los grandes cronistas latinoamericanos. Yo lo descubrí después de amar a Carlos Monsiváis, mexicano también, y fue de casualidad cuando regresé a Chile.
La verdad es que, hasta ese entonces, nunca había estado en México y ni siquiera era EL país que más me interesaba conocer (ya pagué esa deuda, no se alarmen). Pero, tal como me pasa con los cuentos, al comprarlo pensé…bueno, tampoco arriesgo tanto! Si no me gusta una crónica, me gustará la otra. No quería sufrir disonancia cognitiva, ya saben, tener que súper justificarme en caso de error de compra.
¿Quién es este señor?
Mi acercamiento fue primero intelectual, pero luego me atrapó por el estilo exquisito y relajado de su escritura y, no menos importante, la selección casi insípida y anodina de sus preocupaciones. De hecho, me pasaba y me sigue pasando, que veo la foto de la portada y qué es lo que veo… siendo honesta, veo a un viejo muy formal, pinta de profesor aburrido o de funcionario público. Podría ser tanto escritor como archivador municipal, me decía yo. Pero no. Algo se me desencajaba en mis prejuicios….foto y escritura; interior y exterior. Era como Buster Keaton…jamás me lo hubiera imaginado…pero…
Volvía adentro del libro y a veces me reía sola, o sonreía por las vueltas de tuercas que le daba a detalles de la vida cotidiana que cualquier persona adulta puede haber tenido. Dicen que retrató al mexicano, pero pienso que trasciende lo mexicano, y es al menos latinoamericano. ¿Qué tiene este señor de apellido entrevesado? Ahhh! La receta infinita: tenía HUMOR. De ESE humor cáustico y satírico que nos hace sonreír, pensar y volver a leer.
Mucho de ese sentido de humor lo aplicaba a sí mismo, a su familia y, por supuesto, a la idiosincrasia de su país.
¿Y pos ora?
Con horror o sonrisa, se habrán dado cuenta de que mis decisiones – no de lectura, si no de compra de libros – no son tan ligeras*. Comprar libros es algo que me tomo muy en serio (tanto como comprar vinos, para que sepan), quizás porque debido a mis propias mudanzas y desplazamientos, he deshecho varías bibliotecas o he cargado con libros por donde, realmente, no valía la pena. Ahora soy de las que lee, deja libros, toma libros, pide libros o los regala a personas que sé que los valorarán, pero hay una parte de mí que acepta que esos objetos de olores singulares donde sucede la magia del pensar, viajar, recordar u olvidar, todo al mismo tiempo, no son suyos.
Leo y olvido. Amo el objeto libro pero en el amor también se elige. Ah! Pero la lectura, esa sí, me pertenece, es egoísta y es viajera. Nada es tan definitivamente mío (o tuyo) como la lectura. Y lo es porque justamente en los viajes también he descubierto que puedo leer sin llevar el peso del objeto libro. ¿Les doy un dato? En mi último año y medio por el mundo volví a las bibliotecas y no se imaginan cómo las disfruté. Eran mi casa, cuando no tenía casa. Llegué a hacerme socia (y gratuitamente) de bibliotecas públicas como La Méjane, por ejemplo, en Aix-en Provence y la de Espinho en Portugal, además de frecuentar la de Marburg en Alemania, lugares donde estuve largas temporadas.
Quedan 20 segundos, de lectura.
En tiempos de Coronavirus, cuando cada acción pareciera entrar en el vacío incierto de la vida o la muerte, y no sé bien por qué, metí mi mano a ciegas en una caja de libros de mi bodega, y volví a quedar prendada con Ibargüengoitia.
Espero que lo busquen y lo atesoren como yo lo hago. Ya ven que me quedé pegada con el señor Ibargüengoitia y lo que debía ser un Breviario, es decir, una chispa de reflexión, se alargó como se alargan las sobremesas y los abrazos. Es decir, como todo aquello que hoy nos ha sido vedado. En aras de la salud, yo los invito a leerme y a brindar con ese otro salud!
* Precio de referencia a Mayo 2020: $11.000 (pesos chilenos).