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Caminar para conocer (se)

Ene 5, 2019

Caminar es hacer paisaje y también hacer ciudad. Caminar es caer en la realidad. Porque no hay nada más real y tuyo que el cansancio de los pies, que es en realidad el cansancio de la mente y, en ocasiones, del corazón.

¿Por qué camino?

Me lo he preguntado mucho. Y ya tengo algunas respuestas. Son mías y no pretendo que alguien me aplauda por ellas ni tienen la obligación de ser aceptadas. Solo son la expresión más sincera de algo que me nace naturalmente, pero que me doy cuenta de que no es natural para muchos, y es por eso que he tomado el tiempo y el deseo de revelarlo en el blog. Hablemos entonces del caminar.

Me lo he preguntado mucho porque de pronto se puso de moda el running y la bicicleta y, aunque probé todo eso y adoro la bicicleta, siempre regreso a mis dos pies lentos sobre la tierra. Me lo he preguntado porque cada vez que digo que voy a caminar, siento que debo justificar la salida o el destino final. Me lo he preguntado yo misma porque podría no salir, quedarme en un sillón o acostada en la cama y mi vida seguiría su rumbo. Pero no. Resulta que necesito caminar y se ha vuelto un hábito necesario. Casi tanto como el respirar, tomar agua o ir al baño. Caminar es mi momento más sincero conmigo misma. Además, tiene el detalle de que como soy friolenta, caminando mis pies se mantienen calientitos y felices.

En la caminata pienso, planifico y sueño despierta. Es una meditación activa, así lo siento. No hay futuro ni pasado, vivo mejor el presente, aunque estoy siempre amenazada por cientos de ruidos mentales. Pero el imperativo físico de la caminata es el que gana. En medio de un bosque voy atenta a mi cuerpo y a mi entorno: a los olores que van apareciendo, a los sonidos de la ciudad, de las chimeneas, cocinas o de quienes me cruzo. Sobre todo, me encanta el sonido dispar que hacen mis pies sobre diversas superficies, que no son nunca idénticas: hojas húmedas, gravillas, arenas, pastos, calles mojadas, charcos, senderos, calles perfectamente rectas o empedradas, rutas señaladas, rutas inventadas o abiertas sobre cementos añejos. Nunca, pero nunca el terreno es el mismo ni el sonido que levantan mis pies es igual. Y aunque lo fueran, no siempre voy atenta a ellos. Otras caminatas me exigen mirar cada paso hacia abajo, o mirar hacia arriba. A veces el camino es esfuerzo, es lentitud y fatiga. Otras veces es desafío de llegar, de creer que serás la primera en gritar tu eco en la cima del cerro o es el devaneo entre calles que crees traer de otros viajes. Caminar es hacer paisaje y también hacer ciudad. Caminar es caer en la realidad. Porque no hay nada más real y tuyo que el cansancio de los pies, que es en realidad el cansancio de la mente y, en ocasiones, del corazón.

No camino para cansarme

Contrario a lo que pueden estar pensando, yo no camino para cansarme si no para energizarme. Y no es metáfora. Es que realmente si no camino, estoy más cansada y mi mente más adormecida. Caminar es entonces despertarme. Empiezo lento, a veces desganada. Pero clip-clap, zas, paso un umbral – puro misterio – tras el cual mis pupilas se abren, mis pulmones parecen congeniar con el corazón y con las piernas. Es en ese entonces que me unifico y soy una sola. Como si las células de mi cuerpo hubiesen estado dispersas y el paso a paso las reuniera en armonía.

Caminar de viaje

Todas estas sensaciones se agudizan si ando de viaje, en el sentido de que estoy en un paisaje o ciudad nunca antes visto ni recordado. Si bien suelo prepararme con mapas (adoooooro los mapas y perderme en dibujos de accidentes geográficos), lo hago para perderme con cierto aire de incertidumbre. Caminar surge entonces como la mejor manera de hacer la primera aproximación a una ciudad o un lugar. Puede que después combine mi experiencia con paseos en autobuses (súper útiles cuando está lloviendo o hace demasiado frío), pero la escala del caminante me da una cercanía única sobre las texturas, aromas, personas, climas, detalles, muros, luces y hasta con aquello que está detenido en el tiempo. Caminando, además, me fundo con la gente del lugar.

4 caminatas – 4 destinos

Imaginarán que tengo centenas de decenas de caminatas en mi cuerpo pero, además del lado poético que ya leyeron, quisiera proponerles algunas caminatas valorando que son gratuitas y accesibles. La invitación es a seguirlas, si es que andan cerca. O a buscar en su entorno caminatas y excursiones similares. Apuesto que para cada una de mis propuestas, ustedes podrían sumar alguna no muy lejos de donde viven o en el destino de viaje que están por realizar. Urbana o semi urbana, muy planificada o no tanto, los invito a seguir caminando!

  1. Plateau de Bibemus – Aix-en-Provence. Francia. Llegarás a los pies de la montaña Santa Victoria, inmortalizada por Cézanne en múltiples cuadros. Se puede acceder en auto hasta el estacionamiento y ya estarás en la entrada de las canteras, de los paisajes de Cezanne y de al menos 3 senderos que llevan a la represa Zola, el Lago Bimont o a la meseta de Cengle. Yo, en cambio, hice 7 kms. ida y vuelta, subiendo por el Camino de’Escrachepeous, hasta llegar a un camino de autos, donde también hay casas de grandes portones. Sin grandes subidas, rodeada de pinos y del sotobosque típico provenzal que combina pinos con arbustos como romero, garriga y especies más bien espinosas, llegué al estacionamiento mencionado. Toda la ruta está marcada por unas líneas de color amarillo, rojo o azul, así es que solo hay que seguirlas o buscar Bibemus en un mapa. Es un paseo tranquilo, muchos lo hacen en jeans, otros lo toman como ruta de trote, de paseo de perros o como salida completa con picnic incluido. En invierno, atención, pues es bastante frío.

Buscar Oficina de Turismo y Gran Site Sainte-Victoire en la web.

www.aixenprovencetourism.com \ www.grandsitesaintevictoire.com

2. Caleta El Membrillo hasta el Faro de Playa Ancha. Valparaíso. Chile. Se puede hacer fácilmente en «micro», palabra que se usa en Chile para los buses pequeños que circulan por las ciudades. Debes tomar cualquier micro que diga Playa Ancha y bajarte antes, en Caleta El Membrillo. No es lugar frecuentado por turistas y creo que eso lo vuelve más apreciado para mí. Podría recomendar sólo la Caleta con su muelle, los pescadores no profesionales del Puerto que se instalan a probar la suerte del mar, el ajetreo de los botes y sus trabajadores, el ir y venir de productos del mar, en fin, hasta las fiestas que ahí se celebran, pero esta vez será solo el punto de partida para una caminata por el borde costero que dibuja la punta más característica de esta ciudad. Irás rodeado de pelícanos en las rocas por un lado y autos y micros por el otro. De pronto encontrarás miradores, olas amenazantes, playas de piedras donde la gente humilde hace verano sin remilgos, hay ventas de empanadas fritas y refrescos en varios sectores, la famosa playa Las Torpederas, la Piedra Feliz y, si el viento fresco (quizás bastante más que fresco) te lo permite, llegarás al faro (lo verás hacia la izquierda). Puedes continuar y quedarte ahí admirando el Océano Pacífico, las vistas sobre Reñaca y Concón que están al otro lado de la bahía; el deambular de gaviotas, la vida y arquitectura de Playa Ancha, la costa filosa que se anuncia ya en esta parte de la geografía central chilena. O, tú decides: puedes tomar ahí mismo una micro de regreso a Valparaíso o a Viña Del Mar, subir unas escaleras que te llevarán a la parte alta para tomar otra micro, o regresar caminando a la caleta y, si continúas, al sector llamado Aduana. Si es verano, recomiendo protector solar pues como siempre hay viento, la gente no percibe que se está bronceando.

3. Las dunas de Concón. Región de Valparaíso. Chile. ¡Aprovechen porque las dunas se acaban! No exagero. Resulta que, aunque hace pocos años estas arenas llamadas Campo dunar de la Punta de Concón, fueron protegidas del voraz avance inmobiliario declarándolas Santuario de la Naturaleza, la disminuida superficie que ocupan hoy por hoy (21 hectáreas sobre una superficie total de 45), es la prueba más fehaciente de que corren peligro y de que urgía protegerlas. La otra prueba es personal: Son mis recuerdos de infancia transcurrida en Viña del Mar cuando, no sé por qué pero era siempre en domingo, mi papá nos proponía «ir a las dunas». Eran grandes extensiones que se veían incluso como manchas doradas desde el otro lado de la ciudad. A veces íbamos a convertirnos en escalopas humanas, otras a encumbrar volantines, a subir y calcular cuánto tiempo nos demorábamos en bajar o solo a esperar el atardecer. No sé por qué pero tengo más recuerdos de haber ido en invierno, en septiembre con mucho viento y siempre con frío. Lo cierto es que allá arriba el viento sopla y sopla frío, las sombras de las dunas te esconden del viento, se dibujan y borran en zigzag, silban y, te lo aseguro, nunca son iguales. Puedes regresar cada día y el viento ya habrá hecho su tarea deconstructiva. Para que vean lo fácil que es ir, yo fui en septiembre de 2018 bajándome de una micro que venía desde Viña del Mar por el camino costero. Como van quedando pocas, la mejor manera de acceder es bajarse o estacionar donde está el supermercado Jumbo, y cruzar la calle en el semáforo más cercano.

Nostalgias aparte, quiero que vayan pues sigue siendo un paseo gratuito, ideal para todo el que no le tenga miedo a quedar lleno de arena: familias, parejas, viajeros solitarios, amantes de la naturaleza y del mar, grandes y chicos. Te garantizo que saldrás con arena en cada centímetro de la ropa y del cuerpo. Actualmente alquilan unos sacos y tablas tipo sandboard para tirarte arenas abajo, pero eso no te impide disfrutarlas gratis y a tu manera.

4. Playas de Leblon e Ipanema. Río de Janeiro. Brazil. Memoricen esta foto: Sol y gente en ropa deportiva. Esa dupla dorada que transmite relajo, que va entre lycra color rosa, negro y amarillo fosforescente, parece recorrer con especial frenesí las largas playas que van de Leblon a Ipanema. Ahora también memoricen esta otra foto mental: gente trotando, gente en bici, gente en patines, gente permanentemente bronceada y sudorosa. Todo eso podemos admirarlo caminando desde Leblon a Ipanema, dos de los mejores barrios de la zona sur de Río de Janeiro. Vayan tranquilos. La advertencia es otra: Se me ocurre que, contrario a lo que suponemos es una playa, es decir, un lugar para bañarse en el mar o meter al menos los pies en la arena, para muchos deportistas de Ipanema, la playa es otra cosa. La playa es ver y dejarse ver, es todo lo que ocurre fuera de la arena y del mar. Para nosotros que vamos de turistas, ellos son la atracción. Leblon/Ipanema es su vitrina y nosotros los espectadores ideales. Así es que sépanlo desde antes: El escenario está en sus veredas. Están avisados: antes de meter sus pies en la playa o incluso antes de bañarse en el mar, amigos lectores, hagan el recorrido peatonal por el famoso empedrado blanco y negro de Leblon/ Ipanema. Pueden comenzar caminando en cualquiera de los extremos de estas playas pero yo les recomiendo irse al Mirador de Leblon, tomar sus fotos panorámicas y bajar siguiendo los 12 «postos» o puestos de auxilio, y las ondulantes geometrías que identifican este paseo. En el otro extremo de la playa, los espera la Piedra del Arpoador, que muchos sitios de viajes recomiendan para ir a ver el atardecer. Yo iba sola así es que quedarme por esos lados, con todas las recomendaciones de seguridad de mi amiga carioca y cuando ya había caído la noche, no me hizo mucha gracia. Debo confesar que prefiero recomendárselos de día. Además, el atardecer – que por estos trópicos sucede incluso antes de las 5:30 de la tarde – es hermoso caminando por la playa y desde cualquier punto de Río de Janeiro.

Si van en otro horario y, dado que de punta a punta hay al menos 2 kilómetros de paseo, no se ponga nervioso ni sediento. Si se cansa, tranquilo, pues tiene 2 opciones: entrar a la playa y tomarse una agua de coco directa desde el coco para hidratarse de forma barata y natural. Y del otro lado, cruzando la avenida, entrar a las agradables callejuelas del barrio de Leblon (más cerca del mencionado Mirador) o del mismo Ipanema, que viene a continuación, donde hay bares, buenas heladerías y buenas paradas para tomar el fresco o, bueno-ok-si así se lo pide el cuerpo, la caipiriña. Además, los domingos, de 7 a 19 hrs. y a la altura de la plaza General Osorio, cierran el tránsito para dar su espacio a la feria artesanal/hippie. Es bien turística pero, si anda por allí, por qué no aprovechar de conocerla. Hay música, Artesanias y hasta comida garantizada.

Según supe, Ipanema significa «lago malo» en lengua guaraní. Vaya uno a saber qué experiencias tuvieron los pueblos originarios. Supongo que esto responde a su prehistoria cuando todo Río de Janeiro era un sinfín de lagunas y humedales. Sin embargo, esta vez tenemos que dejar la historia atrás pues el aire tibio, incluso fresco que se topa con el sol, y el paisaje de las olas confundidas con los cuerpos brillantes de sudor, no hacen más que anunciar que estamos en una de las ciudades más encantadoras del mundo. Mezclarnos con los cariocas, sumarnos al paisaje y ser también cariocas por unas horas, es un regalo que solo obtenemos caminando. Por eso, si quieren rendirle homenaje a la ciudad, camínenla. ¡Obrigado!