«Ese octogenario de camisa a cuadros bien planchada, con su podadora al hombro, bajando por Providencia.
Esa barrendera con el diario Últimas Noticias en el día de su muerte, en mano.
Esa chica maquillándose magistralmente en el Metro, sin perder el pulso.
Ese furgón tipo pan de molde rojo deslavado, cargado hasta los cielos de mallas de limones y naranjas.
Ese cabro chico con un eterno y juguetón dedo metido en aquel orificio de la nariz.
Ese carro de supermercado que atraviesa hacia La Vega cargado de peluches de segunda y tercera mano, deslavados y terrosos.
Esa mesa amarilla que se alcanza a ver en una terraza de revista, y que, presumo, va en espera de invitados.
Ese lunes que amanece más temprano y ese viernes que termina en jueves.
Eso …Creo. ..es por donde hay que empezar a leer poesía. Luego usted se compra un libro de Nicanor Parra y lo entiende todo, todo.
Y por último, si se antoja, toma servilleta y empieza a escribir sus poemas.»
María Estela Girardin – escrito el miércoles 24 de enero de 2018 en una micro que subía por Providencia en el día después de la muerte del poeta Nicanor Parra.
Estas palabras…
Estas palabras no agotan lo que podría decir de Parra ni de la poesía porque si enfrento esas cuestiones infinitas, sencillamente nunca tomaría ni el lápiz, ni la servilleta y menos lo publicaría en ninguna parte. Y es precisamente ese influjo y relajo, el despertar que trae el impulso de mirar y comunicar, de no ser ni demiurgo ni creer en la palabra revelada, lo que me fue gustando de Nicanor.
No siempre me gustó, no siempre me enamoró como Neruda, García Lorca, Vallejo o Huidobro, pero al regresar a Chile me encontré con una devoción que no entendía. Y ante la perplejidad de no entender a mi tribu, comencé a leerlo pero con desconfianza. Es algo que me sucede mucho: si todos van a Roma, yo voy a Sicilia. Si nadie lee a Mistral, yo sí. Si todos van a la derecha en un tour, yo me voy a la izquierda y si todos hablaban de Parra y lo consideraban un «rock star» mi desconfianza solo creció y me alejó un rato de todo lo que oliera a Parra.
Pero cuando lo dejaban tranquilo, yo agarraba cuanta crónica o poema suyo encontrara. Así aprendí a valorarlo. Si me dejan recomendarles algo que he visto muy reproducido en redes sociales en estos días postfuneral, es que lo LEAN, no que lo escuchen en audios. La voz de su poesía tiene valor precisamente por lo que despierta en cada uno y esa voz es absolutamente interior. Eso, en parte, es para mí la poesía. Escuchar a Parra recitando no lo homenajea, solo lo banaliza y lo devuelve a esa carátula vacía de cualquiera que se compra algo solo por la marca y no por la utilidad ni menos por la belleza. ¿Me explico? No desvíen la voz de Parra, la voz de Parra somos todos y cada uno leyéndolo dónde y cuándo queramos, pero no llegamos a él ni a lo que – creo es el motivo por el cual él, siendo matemático y físico, escribía poesía -, por escuchar su sonsonete. No, no, no. De hecho, no he abierto ninguno de esos adjuntos que me han llegado por whatsapp y donde sé que viene un audio. No es mi Nicanor Parra. «Nica».
A un nivel más teórico, casual combinado con académico, les recomiendo lo siguiente: La crónica escrita por Leila Guerriero que está recogida en un libro azul editado por la Universidad Diego Portales; la exposición en el Centro Cultural Palacio La Moneda en 2006 con sus artefactos y presidentes colgantes; los podcast de Radio 13c de esta semana donde – por separado – Matías Rivas y Patricio Fernández comentan su obra, su amistad y su legado, así como recomiendo sus libros. También hubo un especial de The Clinic cuando cumplió 100 años y, según sé, se viene otro especial de este pasquín en los próximos días.
Los hay grandes y pequeños, pesados y livianos, dibujados y en letras grandotas. Busque el suyo, llévelo de viaje a la cama, a la cocina, déjelo perdido en el baño o en un café y a ver si algún cabro leso o un viejo antojao lo toma y lo lee. Y parafraseando al mismo Nicanor, «el último apaga la luz». Gracias.
*Parra, Nicanor: San Fabián de Alico, 1914 – Santiago de Chile, enero 2018.
Siguiendo su voluntad, y quizás la veta de la espuma del mar Pacífico, hoy sus restos descansan en su casa de Las Cruces («entiérrenme como es debido, en la tierra»; dicen que pidió el hermano mayor de Violeta Parra), pues fue en esta localidad costera de la V región donde vivió muchos años. Ese tramo de costa es llamado Litoral de los Poetas pues, vaya uno a saber por qué razón del destino, por ahí vivieron y están enterrados insignes poetas chilenos como: Pablo Neruda en Isla Negra; Vicente Huidobro en Cartagena, Adolfo Couve también en Cartagena, entre otros. Hoy se suma la cruz de Parra.
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Web para saber más de Litoral de los Poetas: web