Le tenía ganas a Bogotá. Quizás porque una de mis mejores amigas en Chile es «rola». Quizás porque viví años en Venezuela y creía que Bogotá y Caracas podían parecerse (no mucho). Quizás porque era una de las capitales sudamericanas que me faltaba conocer.
Ya le hice «check in» pero como me gustó tanto, me cuesta hacerle «check out». Sirvan entonces estas líneas para volver a recordar y saborear la ciudad de las nubes eternas, de las calles numeradas, del norte /sur; del septimazo y del corrientazo.
Vamos por Bogotá, la ciudad que despierta con decenas de desayunos. La ciudad que corre, que se retuerce en un trancón, en un pico y placa, la de los estudiantes tomando sombra en el planetario; la del Carulla y del Éxito; la del ruido de la moto y la que no tiene Metro.
La Bogotá de Santiago Gamboa, de Salcedo, de El Tiempo, de Chapigay y Zona T, Zona G y de La Soledad. Del Chorro al Palacio Nariño y, en las alturas, del Montserrate a La Calera.
Ahora esa Bogotá es MÍA también.
Los invito a probarla.
Razón 1: Desayunos + desayunos + desayunos.
Hay desayunos arrieros o paisas, que suelen ser contundentes, con caldo con papas, guiso criollo, arepa y chocolate caliente. Los hay más sanitos como aquellos con avena cartagenera, tortilla de claras y un refrescante jugo de feijoa o de lulo. Y hay muchos con café y arepas, arepas de huevo, arepa con queso, con carimañola y así sigue la lista, siempre precediendo la harina de maíz. Y aquí me detengo porque debo recomendarles mi arepa-recién-descubierta preferida que es la de maíz peto con queso costeño. Como las mejores cosas de la vida, lleva queso por dentro y eso crea una amalgama perfecta con un maíz que, en este caso se cocina en ceniza. Yo la probé en Misia, un piqueteadero elegante pero relajado, un imperdible para cualquiera que visite o viva en Bogotá.
Como me alojé en el Hotel Hilton Bogotá Su Web, sobre la calle 7, y el desayuno allí fue cada día y siempre mundial, debo destacarlo. Tenía todo lo que le pido a un desayuno de hotel: variedad, novedad, escenografía y reflejo de la cultura local. Y encontré de todo eso, incluso me sorprendían a veces con la manera de presentar los productos, un día con unas achiras y panecillos en bolsas colgando cual ganchos de la ropa; otro con unos jugos detox que cambiaban cada día en unas pequeñísimas botellas.
Y también por calidad: desde los pochados con salmón que pedí el día 1 (verán la foto aquí abajo), hasta la calidad de cada producto: la viennoiserie o bollería francesa; la calidad de su pan de centeno o de lenteja, como le dicen en Colombia; y la diversidad de frutas para mí exóticas como granadilla, feijoa, guayaba, papaya, uchuva, entre otras, que me permitió probarlas todas, todas…hasta la atención de los meseros y meseras que estaban siempre pendientes de mis necesidades (lo digo porque incluso en 2 oportunidades me llevé lonchera con panes y frutas, para el camino, y hasta me trajeron una cajita y bolsa para llevar).
Buena la pizarra – letrero del Misia de la Zona G (en la calle 7ª). Vea dónde queda en www.restaurantemisia.com Misia
Dos meses lleva abierto el Misia de la zona G. Al desayuno poca gente pero, espere que al almuerzo estaba repleto. Y con cocina a la vista. Debo regresar a probar más.
Calientita llegó a mi mesa la arepa de maíz peto. Hasta sacaba vaporcito. Una delicia. No exagero.
Toda la finura puede estar en un huevo pochado cuando está perfectamente cocinado, como éste sacado de la cocina del desayuno Hilton Bogotá. Es lo más parecido al huevo a la copa: hecho en agua, sin aceite y, aun así, lleno de sabor. ¡La gloria misma!
Para que se hagan una leve idea del desayuno del Hotel Hilton Bogotá. Todo sabroso y tentador a la vista. Sólo aplausos.
AH! La refresquería colombiana es un lujo. Salga de la mora o la naranja, vaya por lulo, guanábana, arazá o badea. Todos sanitos y únicos.
Pequeña muestra de bollería colombiana típica: almojábanas, achiras, pan de yuca, arepita, queso campesino…No tiene que aprenderse cada nombre, pero pruebe todo.
Razón 2: No más tinto, pida cafés de origen
Aquí aprendiendo más del método Sifón con el joven barista de Arte y Pasión del Café. Mi café venía de Fusagasugaz. Acaramelado, apanelado y con leve toque a hierbas. Muy adecuado para el sifón, donde toma 1, toman 2.
Este es el comentario que más me sorprende a mí misma porque llegué a Colombia jurando que EL café era colombiano, casi por definición.
Pero resulta que el colombiano, así como el chileno, está descubriendo el sabor premium de sus mejores granos. Durante décadas se acostumbraron – y aun acostumbran – a pedir el tinto o tintico, que es un café americano. Pero hoy poco a poco surgen cafeterías de especialidad, talleres de baristas, catas y campeonatos de art latte. No es generalizado pero el mundo lo pide, no es un fenómeno solo colombiano el volver al producto, pero si como en este caso, lo tienen, sería imperdonable que no ocurriera lo que está ocurriendo.
Así es que busque Catación Pública, Amor Perfecto, Café Cultor, Azahar y Devoción, entre los mejores, los que le hablan del origen diverso del café colombiano…que te pasea por la geografía nacional desde Nariño, Sierra Nevada, Boyacá, Huila, Santa Rosa, Pijao o Quindío.
Anote bien la dirección de Arte y Pasión Café – Escuela de Baristas. Está en La Candelaria pero hay más sucursales.
Buena variedad de cafés de origen se encuentran en Café Devoción en la 7ª, casi esquina con la 72, en el mismo hotel Hilton Bogotá. Para servir o llevar.
Gente amable es la que te sirve café. La verdad es que es raro que alguien te sirva un café con mala cara…¿O es sólo el buen servicio de Devoción? Como sea, el café mantuvo su calidad las, al menos, 7 veces que lo tomé aquí.
Una muestra de un desayuno más casero, que me ofrecieron en una casa. Nótese el chocolate caliente hecho con agua. También toman bastante Milo los colombianos…lo verá en las cartas.
Razón 3: Mercados
El Paloquemao, en la calle 19, no lejos del primer barrio de Bogotá, La Candelaria, es el principal mercado minorista bogotano y una visita obligada si quieren descubrir los verdaderos sabores y olores de la despensa colombiana. Hay pasillos de colores, como los de frutas y verduras. Ahí me enamoré de la feijoa, del lulo y de la granadilla.
Hay otros y hay más. Hay pasillos de aromas como los de hierbas medicinales o, firmemente, para hechizos y menjunjes donde cuelga la manzanilla, el aloe vera, jengibre.
Pasillos de exuberancias marinas como la mojarra, el mero, unas especie de pirañas. Hay pasillos achinados (todo parece made in China) como los de envases plásticos.
Pasillos opacos pero no por eso aburridos, como los de legumbres a granel o el de papas y tubérculos. Y hay pasillos de flores que, me soplaron, es mejor verlos en acción muy temprano en la mañana cuando se transan los precios, o cerca de las 17 hrs.
También hay puestos de comida cerca de las pescaderías, que ofrecen ceviches y arepas, pero no diría que Paloquemao es una plaza de mercado para ir a comer, sino a preguntar, averiguar, probar ahí mismo una feijoa, un agrás o un ñame; para comprar, deleitarse y llevarse productos frescos.
También hay atractivos fuera de pasillo, como la Lechonería o venta de chancho por trozos e incluso otros puestos con tradición de 15 años, pero sin ningún letrero. Me refiero a la Cafetería Melgar que está por la salida que da al Homecenter y Ripley. Es el puesto de jugos «medicinales» del señor Gustavo Pedraza. El dice que todos llegan y que no necesita ni lista de jugos, ni precios ni letreros. Todo un personaje…más que un expendedor de juguitos, es una especie de chamán – doctor. Me cuenta que tiene jugos corrientes como el de mora y guanábana, que son los que más se venden; pero lo suyo es la curación a través de los medicinales y los dietéticos. Entre los dietéticos anote todo lo que traiga sábila como el de sábila con papaya y linaza. Y entre los medicinales está el de naranja caliente con menta, miel y hierba buena; el de guatila (baja colesterol); el de extracto de papa del año (para reducir el ácido úrico): «Me traen el mal y ya sabe uno qué llevarles», cuenta relajadamente mientras en la vitrina al lado nuestro se retuercen unos cangrejos…(en un puesto de jugos, digo yo…¿?). Era para el jugo de borojó con cangrejo, pino, brandy y sabajón, que levanta el apetito sexual.
Esta papita sirve para hacer el cocido boyacense (de Boyacá).
Frijoles carga mantos y unos colgajos de un remedio casero para…todo.
Puras cabezas de pescado…¿Lo malo? Que no ponían letrero a nada y había que preguntar el nombre de todo. Tampoco avisan precios.
Y mercados orgánicos o de pequeños emprendedores
Llegué a este mercado que se abre cada domingo de 9 hasta las 15 hrs en la calle 69, a media cuadra de la 7ª, sólo por ponerme a conversar con una gringa en la calle 7. Y fue una revelación, uno de esos momentos no buscados en los que sientes que el destino tenía que llevarte. Es un mercado agroecológico campesino, bajo la consigna de comercio justo y consumo sostenible, parte de la iniciativa Impact Hub de Bogotá Impact Hub Bogotá. Es no sólo una oportunidad de comprar cositas sanas y frescas, si no de entablar una relación y conversación directa con los productores y emprendedores…saber por qué se les ocurrió hacer tal o cual producto, qué ingredientes lleva, etc.
Venden arepas y galletas de quinoa; infusiones y hierbas de azotea; plantas, frutas y hortalizas frescas, detergentes orgánicos hechos en Colombia; quesos blancos; huevos free ranch; leches, manualidades, etc. Ahí mismo también funciona Café Cultor, un muy buen café de especialidad.
Merecido machiatto bajo la lluvia bogotana. Y Sebastián, amable barista de Café Cultor, que funciona todos los días desde temprano en las dependencias del Impact Hub de Bogotá.